Cuando la fruta se forma en las ramas o bandolas del café, su piel o exocarpio, conocida como cáscara, primero se confunde con el follaje del cafeto gracias a sus tonos verdes. Al madurar, la cáscara puede adquirir tonalidades de maduración que van del amarillo al naranja, del rojo al vino, atrayendo así la mirada del caficultor y de insectos y animales que la identifican y van por ella, por su dulzor, por su belleza.
Cuando procesamos la fruta del café, cuidadosamente la separamos y lejos de permitir que pierda su valor como materia orgánica rica en nutrientes, tenemos dos opciones: compostearla para nutrir nuevamente la plantación de café, o bien deshidratarla para beberla como té, frío o caliente.
Rica en flavonoides con propiedades antioxidantes, rica en dulzura y con una acidez frutal incomparable, es perfecta fría o caliente.